Por Cristel Alisamy(1)
Somos la pieza esencial del ajedrez, el sistema nos quiere oprimidos, es por eso que nos ponen toda la tecnología al alcance de nuestras manos para no protestar de lo que ellos nos hacen. No tomamos interés en las cosas que verdaderamente interesan -dijo Ignacio, mientras movía su café.
Al no obtener una respuesta ante lo que decía, golpeó la pared con tal fuerza que sus libros cayeron del estante y los cuadros que yacían sobre ellos se rompieron. Los recuerdos de su niñez se volvieron trizas, los momentos insertados en fotos se volvieron añicos, al igual que su corazón, al recordar que estaba solo en este mundo desigual.
Tal vez solo necesite a alguien que comprenda mi pensamiento tan retorcido o solo que comparta mi pasión -pensó, mientras miraba el atardecer desde su casa.
Se levantó de la mesa con su café en la mano, sin tomar importancia a los libros caídos. No pensaba recogerlos, ni siquiera barrer los vidrios hechos trizas. Al salir a la calle se dio cuenta que en cada esquina había personas pidiendo limosnas, pero esto era un hecho ya sin importancia porque lo veía a diario y sabía que eso no iba a cambiar. Al subir al micro ocurrió lo mismo: personas subiendo para pedir dinero, vendiendo productos y otras inventando un sinfín de historias con tal de conmover al público y estos le den su apoyo.
Al entrar a la escuela donde enseñaba, se dio cuenta que faltaba un alumno. Pensó que tal vez se había hecho tarde o iba hacer una falta justificada, así que inició sus clases como de costumbre. Terminando la sesión de clase cerró su morral, se despidió de sus alumnos y salió. De regreso a casa la misma situación, los mismos rostros, las mismas historias y sobre todo el mismo sentimiento: la tristeza al ver que el sistema estaba matando a las personas y convertirlas en robots sin sentimientos ni pasiones.
Al acostarse se topó con el techo blanco y todas las palabras que su madre ya fallecida le había dicho antes de partir se le vinieron a la mente y empezó a llorar como un niño sin ningún consuelo. El simple hecho de recordar a su padre ayudando a las personas o tan solo proyectar la imagen de su madre regañándole por no levantarse de la cama para irse a estudiar le llenaban los ojos de lágrimas. Su familia le hacía falta, una pareja desaparecida por el tiempo también.
La semana recién empezaba, la vida recién empezaba. Ignacio esa mañana se sentía lleno de fuerzas, con ganas de vivir, había despertado de buen humor sin saber el motivo. Tal vez hoy sea mi día, pensó mientras se apuraba para irse al trabajo, sin pensar en los acontecimientos que iban a pasar. Como de costumbre, salió corriendo y cogió el autobús, pero esta vez no subió ningún hombre pidiendo caridad. Al llegar a clases, el alumno que faltaba seguía sin llegar. Al observar la calle se dio cuenta que no había ningún mendigo y la ciudad parecía recién despertar.
Qué raro, se supone que debería sentirme contento al no ver a ningún mendigo, pero siento que falta algo -se dijo a sí mismo, sin darse cuenta que los alumnos le estaban escuchando atentos.
Una alumna interrumpió y preguntó: ¿No sabe lo que pasó anoche?
Desconcertado, quedó mirando a la alumna, recordando que hace tiempo no veía la televisión o no se detenía a dar una ojeada a los periódicos en los paraderos.
En la tarde de ayer el gobierno dio la orden de mandar a matar a todas las personas de bajo recursos, así sean ancianos o jóvenes. Sus fundamentos fueron que para acabar con la pobreza que existe en el país deben de morir los de estado paupérrimo- dijo la alumna.
¿Qué opinas acerca de esto?- increpó.
Bueno, esta vez creo que el gobierno tiene razón, para erradicar algo tiene que acabar con otras cosas. Lo mismo hizo Cuba para acabar con la analfabetización. A mí particularmente me da miedo las personas que suben en los micros o las que andan en las calles pidiendo limosnas, nunca se sabe cuáles son delincuentes y cuáles dicen la verdad. Es hora que crezcamos como ciudad. Obviamente nos juzgarán, pero será por nuestra seguridad ya que de la pobreza muchas veces sale la delincuencia- respondió.
De regreso a casa se puso a pensar en lo que dijo la alumna, mientras observaba los vidrios aún rotos en el suelo. Sabía que su alumna decía la verdad, pero ¿qué tanto de razón tenía? Deseó por un instante desaparecer de la humanidad para no tener que ver en la cacosmia que se había convertido las personas.
A la media noche ya cuando estaba acostado en su cama pero no dormía sintió un olor extraño y a los minutos tocaron a la puerta. Consternado por los golpes de la puerta, no sabía si levantarse para abrir o seguir echado en cama abrigado. La curiosidad de saber quién era le llevó a ponerse las pantuflas y caminar hasta la puerta. Al prender la luz de su sala notó que su puerta estaba sin echar llave, cosa que él hacía siempre antes de dormir. Supuso que se había olvidado.
¿Quién es? – preguntó
Al no obtener una respuesta procedió a retirarse, pero tocaron por segunda vez, más fuerte.
Ignacio, un poco temeroso, se acercó a la puerta y volvió a preguntar. Pero, en vez de responder hablando, volvieron a tocar, como si quisieran tumbar la puerta con desesperación.
Al obtener esta reacción él se sintió amenazado y corrió a coger el teléfono para llamar a la policía para avisar que alguien estaba interrumpiendo en su casa, pero al instante se cortó la luz en todo el vecindario. Buscó entonces su dispositivo móvil pero no lo encontró, decidió calmarse y esperar a que volviera la electricidad. Ese momento hizo que se olvidara lo que había sucedido con la puerta. Sin embargo, este olvido no duró mucho, ya que volvieron a tocar, esta vez desde la mampara que separaba la casa con el jardín.
Ignacio, preocupado, temió por su vida. Con cautela fue a ver, pero no encontró a nadie. Al voltear, se dio cuenta que todos los vidrios y las fotografías que no había recogido estaban flotando en el aire como en una especie de espiral. Sorprendido por el suceso decidió llamar a la policía, pero no pudo ya que la luz no volvía. Consternado por el hecho, acomodó las cosas, no sabía si tratar de dormir un poco o levantarse temprano para ver qué sucedía.
A la mañana siguiente se despertó sin amanecer, pero él sabía que era la misma hora que solía levantarse, aunque su reloj seguía marcando la misma hora del suceso de la puerta. Pensó que las pilas se habían acabado o que iba a estar nublado, desayuno y salió a coger carro.
Al llegar al estacionamiento se encontró con el niño que no asistía al colegio y decidió interrogarle.
Hola Eduardo, ¿por qué motivo estás faltando al colegio?
Mi madre desapareció, la estoy buscando, ¿no la ha visto? -dijo Eduardo dando la espalda.
No, ¿estás bien? -respondió.
Tengo miedo- acotó volteando.
Ignacio, al verlo se quedó pasmado. El menor tenía un aspecto decrépito. Lo que más le llamó la atención fueron sus ojos, eran completamente negros y sin brillo. No sabía si correr o qué hacer.
No te asustes -dijo cogiéndole la mano a Ignacio.
Este notó que la mano del niño estaba demasiado frío, como el hielo. No sabía si soltarlo o qué hacer. Agobiado por la situación, decidió no soltarlo y caminar con él. Se dirigieron a una calle donde se veía casas a lo lejos. Al llegar a un pequeño callejón decidió soltarlo, pero antes de hacerlo Eduardo le dijo:
Puedo sentir lo que harás, te daré el consejo que te salvará la vida: no me sueltes hasta que yo te diga.
Pasmado por lo que acababa de escuchar no hizo nada, ni siquiera sabía si moverse o no. Siguieron caminando hasta llegar a un sótano que estaba tapado por ramas. Al entrar, todo era como un laberinto, hasta que llegaron a una habitación. En esta se podía notar una vela en el centro, alrededor personas con sombreros blancos en punta y atuendos del mismo color.
Eduardo soltó la mano y corrió al centro de la habitación, alzó la vela y lo apagó de un soplido. Sorprendido por el suceso, Ignacio retrocedió, pero una persona lo detuvo por detrás. No sabía qué hacer, tenía muchos pensamientos de lo que iba suceder, tenía miedo a que lo mataran.
No temas, sé de tus ideas, recuérdalo -dijo Eduardo alzando las manos mientras el resto de personas se desvanecía en la oscuridad.
No podía creer lo que estaba viendo y decidió correr, no sabía hacia dónde iba, solo trataba de salir de ahí, se topaba con un montón de paredes y parecía que todos le llevaban a un mismo sitio, a la habitación donde estaba Eduardo. Seguía corriendo como si no hubiera fin hasta que se topó con una puerta, al abrirla era tanta la luz que entraba que tenía que taparse los ojos, al sacar la mano de la cara notó a un montón de personas, estas estaban en jaulas como animales de circo.
Estas eran las personas desaparecidas. Corrió a ver de cerca pero algo se lo impidió. Entre él y las personas había un vidrio. Trató de romperlo pero no pudo, era demasiado grueso. En uno de esos intentos sintió una mano helada que le cogía el hombro. Al voltear, se percató de un rostro conocido, se trataba de su amor, el amor desaparecido.
¿Qué haces acá, eres parte de ellos? -dijo sorprendido por la aparición. Pero no recibió alguna respuesta.
Ella seguía caminando como si no lo escuchara. Él la siguió, sintió que el último día que hablaron nada había quedado claro entre ellos, a pesar del caos que estaba viviendo, de los sucesos extraños que estaba pasando él decidió seguirla. Pero conforme iba detrás de ella algo comenzaba a impedirle seguir adelante, no podía seguir moviéndose, a cada paso sus pies se hacían más pesados y ella desvanecía.
Resignado, decidió sentarse para pensar bien en la situación, no sabía si eso era un sueño pero tenía que buscar una solución pronto. Al despertarse caminó por los laberintos buscando a Eduardo, pero encontró la salida que llevaba a la ciudad. Confundido, no sabía si salir o buscar a Carmen, su amor de adolescente en la que aún pensaba.
Tal vez solo esto es una simulación para probar mis pensamientos, esto es algo extraño, no creo que ella sea real, no creo que esto esté pasando. Sin embargo en este mundo todo se puede esperar, no puedo estar seguro si aún siento lo mismo por ella como para regresar, no estoy seguro de nada -se dijo entre la salida y el laberinto.
Al entrar se topó con un cuarto blanco pero sin un final, tenía miedo de entrar y no poder salir. Alguien se acercaba al final de la luz, era Eduardo con una ampolla en la mano y en la otra una aguja demasiado larga como sus uñas. Detrás de él venía Carmen.
Ignacio tenía miedo, pero al ver los ojos de ella se tranquilizó. El cariño que le tenía volvió a renacer cuando la pudo ver. Se acordó de los momentos lindos y graciosos que pasaron, los viajes que habían hecho y los que tenían planeados, las largas conversaciones que solo ella entendía. Lo que más extrañaba de estar con ella eran sus abrazos y las palabras que parecían ser sinceras.
¡¿Qué haces?! ¡¿Por qué me coges?! ¡¿Qué te sucede?! -gritó entonces Ignacio.
Es por tu bien, tranquilízate, no te opongas que será peor -respondió Eduardo.
¿Peor? Cuando salga de este sitio iré ante las autoridades y te denunciaré, no me importa si eres mi alumno, estás en contra de mi voluntad -respondió.
No puedes hacer eso, todo lo que piensas está en tu imaginación. Recuerda que estás en un centro psiquiátrico, el mundo donde vives no es real.
Ell..a..a..a..a enton..c.e…s..n..o…- Ignacio estaba desvaneciéndose por la ampolla ya aplicada.
¿Ella? Jajaja -dijo Eduardo, riendo.
Carmen, cogiendo a Ignacio por la espalda, le dijo suavemente: Te quiero cariño mío.
¿En realidad quieres a un chico con trastornos mentales? Estás loca jajaja -dijo Eduardo
Al levantarse asustada, Carmen buscó a Ignacio para tranquilizarse y saber que aún estaba a su lado como lo había prometido desde que se conocieron.
Soñé que eras un paciente de un centro psiquiátrico y que yo te atendía, te mataba lentamente. Somos la pieza esencial del ajedrez, el sistema nos quiere oprimidos es por eso que nos ponen toda la tecnología al alcance de nuestras manos para no protestar de lo que ellos nos hacen, no tomamos interés a las cosas que verdaderamente interesan, me repetías enérgico cada mañana cuando despertabas y yo te iba a dar tus pastillas -dijo, mientras lo abrazaba en las camillas de la sala de espera de un centro psiquiátrico.
FIN
(1) Publicista y Fotógrafa. Fundadora de Llimphikuna.
Seguir en Instagram: https://www.instagram.com/chiquiapaperboard/
Ver página web: https://alisamychan.com/
Comentarios