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LA DESCONOCIDA

luisfva123

Por Luis F. Valle Asmad


Permítame ser, por primera vez, inoportuno. Es que usted se parece mucho a una mujer que conocí hace mucho tiempo, si es que en realidad no es usted ella. Y digo eso porque a veces me parece que la voy olvidando, o que la he olvidado por completo, y que solo conservo en mi memoria una falsa imagen de ella, como un borrador.

Creo que ni siquiera recuerdo su nombre. Era Clara, tal vez, u otro similar, como Carla o Clara también. Pero fue hace tanto, y tengo tantos recuerdos, algunos tan remotos y otros tan vivos como si fuera apenas de ayer. Eso me da la contradictoria sensación de tener apenas algunas horas de existencia o ser un ente inmortal.

No sé cuántos años podría tener ahora, ni siquiera sé cuántos tengo yo, aunque definitivamente es usted mucho más joven. Solo por eso me parece que no podría ser ella; quizá ella esté muerta, aunque algo me dice que nos prometimos morir uno al lado del otro, así como usted nos ve ahora a nosotros.

El día que la conocí lo recuerdo muy bien, aunque solo el cómo, no me pregunte por el cuándo ni dónde. En mis recuerdos solo la veo a ella, de pie, rodeada de luz, de vacío, como si fuera ella ese camino que de siempre yo debí haber tomado por ser el único. Yo me acerqué, y me parecía que ella se daba cuenta de mi presencia, pero por alguna razón la negaba. Y entonces me atreví a hablarle, con la ridícula excusa de quien dice haber conocido a alguien muy parecido a esa otra persona, tanto en que uno solo espera el instante en que el otro le trate como a un viejo conocido. Y le empecé a contar retazos de mi vida y cosas acerca de ese personaje que sin razón no había unido, y ella me escuchaba hablar, así como usted. Y le juro que me bastó el tiempo de aquella conversación para darme cuenta que estaba enamorado de ella, y al finalizar le prometí que moriríamos juntos, y ella asintió con la cabeza, y añadió que moriríamos tomados de las manos. Así que en ese instante yo tomé su mano con la mía, y la sentí tal cual ahora siento la suya. Luego solo vino la muerte, para ayudarnos a hacer que el tiempo no desgastara nuestras palabras y nuestra promesa caiga al olvido.


Miércoles 6 de febrero, 2013



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