por Luis Felipe Valle Asmad (1)
Según Restrepo, la posmodernidad puede definirse como la “condición histórica particular asociada a una nueva época histórica que se considera posterior a la modernidad” que se caracteriza por “grandes transformaciones del orden económico capitalista mundial”, como el paso de la economía de producción a una economía de consumo, del capital industrial productivo al capital financiero-especulativo, fenómeno que muchos autores llaman ‘globalización’. Está caracterizada por un conjunto importante de transformaciones, política y filosófica, y por el consecuente desencanto por los pilares de la modernidad, como la idea de progreso, libertad y justicia. Surge de esta manera una “experiencia de fragmentación” de identidades individuales y colectivas con un nuevo ordenamiento mundial de identidades nacionales, étnicas y marginales. El posmodernismo sería, entonces, la consecuencia en el pensamiento de estas rupturas, “corriente filosófica, estética y política que cuestiona los postulados filosóficos estéticos y políticos en el pensamiento moderno” (Restrepo: 2012, p. 66) por estar ya agotados y ser opresores. Se critican las grandes narrativas totalizadoras y las concepciones teleológicas de la historia por la falsa idea de progreso y libertad que abanderan con su tendencia opresivamente homogeneizadora, teniendo como consecuencia una tendencia a la fragmentación y heterogeneidad de historias e identidades.
Al referirnos entonces a una ‘antropología posmoderna’, siguiendo a Restrepo, “nos estamos refiriendo principalmente a los impactos del posmodernismo en la antropología”, que no supone una uniformidad teórica o una tendencia a la homogeneización, sino que, por el contrario, alude a una heterogeneidad de tendencias que marcarán una ruptura con las grandes narrativas totalizadoras que habían dominado la antropología hasta la década del 60’. Surgen, así: 1. la antropología simbólica de Geertz; 2. la ecología cultural, de Leslie White, Steward, y Harris; 3. el estructuralismo de Lévi-Strauss (Ortner: 2011 [1984]).
En los 70’, con el re-descubrimiento de Marx, la antropología corrió más de cerca con los sucesos del mundo real: movimientos sociales radicales, contracultura, movimientos antibélicos, etc. En esta década se cuestionó y criticó todo lo que formaba parte del sistema establecido, haciendo énfasis en las relaciones de la antropología con el colonialismo y el imperialismo occidentales, que habían marcado su nacimiento y su desarrollo en el s. XX, cuestionando de esta manera la naturaleza de sus esquemas teóricos y “[el] grado en el que encierran y transmiten supuestos de la cultura burguesa occidental” (Ortner: 2011 [1984], p. 9). De esta manera, Marx fue usado para criticar las relaciones de dominación que escondían estos presupuestos y la forma en que se legitimaban para perpetuar el sistema establecido.
Del interpretativismo de Geertz y su tendencia a estudiar la cultura como textos, surgió el interés por los textos escritos por los antropólogos, pues, si la cultura ajena podía ser representada en forma textual, aparece la cuestión de quién compone y organiza ese texto, cómo, para quién(es) y dónde. De aquí que aparezcan las primeras críticas a la etnografía, por pretender un “efecto de verdad y autoridad del autor [que] produce ciertas imágenes de las poblaciones descritas” (Restrepo: 2012, p. 73), imágenes que pasan por su filtro de interés, no netamente académico, sino también político, y que camuflan una relación de dominación que el texto explicita en su composición. La exotización, el comunalismo y primitivización saltan al debate como “políticas de representación” que traducen “relaciones de poder expresadas en el texto” (Restrepo: 2012, p. 74), lo que lleva el interés de los antropólogos por la deconstrucción de textos clásicos para desenmarañar dichas relaciones y representaciones.
En esta línea es que Geertz, Marcus, Cushman y Clifford plantean sus críticas a la denominada “autoridad etnográfica”. Marcus y Cushman (1991) definen la etnografía como “un informe que resulta del hecho de haber realizado trabajo de campo”, como la evidencia de haber “estado allí” y haber visto lo que se describe, y es así como alcanzan su efecto de autoridad, como conocimiento de los “otros”, además de conseguir convencer a través de sustantividad factual, más que a través de argumentos teóricos. En base a esto, la ‘autoridad etnográfica’ se configura como la capacidad, no metodológica o teórica, sino discursiva y retórica que busca convencer a través de la descripción, sustentada en la experimentación inmediata del autor. De aquí uno de los principales dilemas de la etnografía clásica, el de construir textos de autoridad científica a partir de experiencias de carácter biográfico (Geertz: 1989 [1988]; Clifford: 1995 [1988]), y la intención posmoderna de deconstrucción a partir del reconocimiento de que un texto etnográfico no es inocente, sino representa un conjunto de relaciones políticas de dominación en la que los antropólogos carecen de la neutralidad científica que pregonan desde Malinowski, con quien se establece un modelo tradicional, con una retórica científico-natural que indujo a un falso realismo que “busca representar la realidad de todo un mundo o de una forma de vida” (Marcus & Cushman: 1991, p. 175) evocando la totalidad, sustantividad de detalles y demostraciones redundantes, que el autor tomaba como ejemplos o ilustraciones de lo típico y lo cotidiano, o representando a un sujeto cultural absoluto.
Siguiendo a Clifford (1995 [1988]) el “dilema modernidad etnográfica” se basa en la pérdida de autenticidad, pues mientras el modernista etnógrafo “[buscaba] lo universal en lo local”, el contexto mundial operaba de forma distinta: los llamados pueblos marginados entraron al mundo moderno, bajo riesgo de desvanecerse en la cultura occidental, o de sufrir transformaciones locales que difuminan las fronteras entre el clásico nosotros/otros.
Con esta ‘incómoda’ cercanía de lo “exótico”, las distancias culturales se apreciaron más en forma de relaciones políticas de dominación y en estrategias retóricas, en que “la diferencia [era] un efecto del sincretismo efectivo” (Clifford: 1995 [1988], p. 40), pues la globalización, más allá de ser un proceso homogenizador, produce una nueva heterogeneidad de adaptaciones. Con el fin del colonialismo, y el reconocimiento de un proceso de globalización, el derecho a escribir etnografía parecía estar en peligro; por tanto, la principal tarea era demostrar que la descripción puede inducir a la convicción a pesar de no ser ‘necesariamente’ un reflejo neutral y desapasionado de la realidad. En este sentido, los autores plantean un conjunto de propuestas que se fueron dando a partir de estas paradojas, <<etnografías experimentales>> que se caracterizan por “preocupaciones epistemológicas explícitas por la forma en que se han construido tales interpretaciones y en que se las representa textualmente como discurso objetivo” (Marcus & Cushman: 1991, p. 172).
Así, para Geertz, la “evocación” era la mejor solución a la clásica idea de “representar” y lo plantea como el ideal del discurso etnográfico, pues se trata de un discurso referencial a cerca de la experiencia biográfica-histórica-científica del autor en una sociedad distinta a la de él. En todo caso los textos etnográficos pueden aspirar a facilitarla comunicación entre sociedades distintas, una vez matizados y erradicados de su pretensión objetiva (Geertz: 1989 [1988]).
A partir de la idea de ‘reflexividad’ propuesta por Marcus y Cuchsman, se intenta desmitificar el proceso de trabajo de campo, con la inclusión de reflexiones personales y textos muy personalmente escritos, donde la preocupación principal no sea la acción de los sujetos de investigación, sino los significados intersubjetivos que se negocian de forma dialógica. Y aunque la autoridad se dispersa, sin abandonar su propósito de presentar una visión autorizada de los ‘otros’, “presumiblemente, la etnografía puede llegar a ser no tanto una interpretación coherente del otro, como una mezcla de múltiples realidades negociadas en textos etnográficos de autoridad dispersa” (Marcus & Cushman: 1991, p. 190).
Por último, Clifford plantea un conjunto de procesos etnográficos que devienen en una autoridad cada vez más dispersa y heterogénea, acorde a los acontecimientos y el contexto mundial, desde los procesos experienciales, pasando por los interpretativos, dialógicos, hasta los polifónicos, que suponen modos de controlar, de autoridad, y que progresivamente “quiebra de la autoridad monológica, [pues] las etnografías ya no se dirigen más a un único tipo de lectores” (Clifford: 1995 [1988], p. 73), consecuencia inmediata de la apertura mundial y las posibilidades de acceso a la educación y la participación política de los grupos anteriormente marginados o “aislados”.
El giro posmoderno es importante para la Antropología porque, en primer lugar, conecta los postulados con una realidad ya no superficial, sino que a partir del reconocimiento de un conjunto de patrones subyacentes al quehacer antropológico, como su nexo con el colonialismo e imperialismo, y en general, de relaciones de dominación explícitas e implícitas en los textos, aunque su sobre-énfasis haya sido criticado, pero que da pie a ubicar los efectos de dichas relaciones en la realidad del trabajo de campo como una relación inherentemente política. En segundo lugar, porque hay un cambio de enfoque respecto a las tradiciones dominantes, re-conceptualizaciones del trabajo de campo, de la otredad, del círculo académico, a partir de la apertura de las fronteras nacionales, étnicas e históricas que promueve la participación de “los otros” en el mundo que antaño era ‘exclusivo’ de la cultura occidental, no solo como lectores de etnografías, sino como productores de la misma; la distancia no es más un requisito del trabajo de campo, pues el conocimiento por los ‘otros’ difusos en un proceso de globalización abre las posibilidades del conocimiento de ‘nosotros’ como punto de partida de la diferencia.
Notas
(1) Bachiller en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Trujillo. Especialidad en Antropología Social. Correo: luis.fva.123@gmail.com
Bibliografía
Clifford, James (1995 [1988]). Dilemas de la cultura: antropología, literatura, y arte en la perspectiva posmoderna. Barcelona: Gedisa. Introducción, Capítulo 1 “Sobre la autoridad etnográfica”.
Geertz, Clifford (1989 [1988]). El antropólogo como autor. Barcelona: Paidós. Capítulo 1 “Estar allí. La antropología y la escena de la escritura”. Capítulo 6 “Estar aquí. ¿De qué se trata la vida al fin y al cabo?”
Marcus, George y Cushman, Dick (1991). “Las etnografías como textos”. En REYNOSO, Carlos (comp.). El surgimiento de la antropología posmoderna. México: Gedisa.
Ortner, Sherry (2011 [1984]). “La teoría antropológica desde los años 60”. Traducción del original: “Theory in Anthropology since the Sixties”, Comparative Studies in Society and History N° 26.
Restrepo, Eduardo (2012). Intervenciones en teoría cultural. Popayán: Universidad del Cauca. Capítulo 2 “Distinciones teóricas en antropología”.
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